LOS VERDADEROS HEROES MOTRILEÑOS DE LA
GUERRA DE CUBA
Manuel Domínguez García
Se llamaba Antonio Vázquez López,
motrileño, infante de marina del Ejercito Español destinado en El Caney (Cuba),
moría con 25 años solo y alejado de su familia en el lazareto de la Cruz Roja del puerto de La Coruña en diciembre de
1898. Enfermo de fiebre fue embarcado en La Habana para ser repatriado a España tras la derrota,
había conseguido llegar tras un durísimo viaje trasatlántico, pero no pudo más
y dejó de existir sin poder llegar a su casa del popular barrio de la Esparraguera.
Como Antonio, más de trescientos
jóvenes motrileños fueron reclutados para Ultramar para luchar en una guerra
colonial que no era la suya. El reclutamiento se nutrió principalmente de
muchachos pertenecientes a las clases más pobres de Motril que no disponían de
los 300 duros necesarios para ser redimidos ni sustituidos, ni posibilidades de
obtenerlos de las empresas locales o provinciales crediticias e hipotecarias
que hicieron su agosto gracias al injusto sistema de quintas.
La historia del soldado español
de a pie en las guerras coloniales se resume en un cúmulo de penalidades.
Obligado a incorporarse a filas por ley y por su propia pobreza, fue un imán de
desgracias, miserias y enfermedades durante la contienda. Con suerte lograba
sobrevivir y devuelto a la Madre Patria
muchas veces en lamentable estado.
A la salida de Motril para
embarcarse hacia Cuba por Málaga o Cartagena la burguesía local hacia grandes
manifestaciones de patriotismo y los soldados, rodeados de discursos
grandilocuentes a cargo de las autoridades municipales, loas poéticas de los
autores locales, misas e himnos; cabizbajos y tristes porque sabían que podrían
no volver jamás, dejando, al ser brazos jóvenes en edad de trabajar, a sus
familias en la miseria al privarlas de los sueldos que las alimentaban, sin
ninguna compensación, ni protección económica por parte del Gobierno y para
colmo de males para estas familias, si trataban de salvar al algún hijo se
empeñaban para el resto de sus días en prestamos imposibles de pagar con los
que se enriquecían algunos personajes locales que se dedicaban a tan suculentos
negocios.
Las autoridades y las oligarquías
locales, mientras hacían públicas manifestaciones de patriotismo y sobre el honor
de la Patria,
evitaban a sus hijos los riesgos de Cuba. Entre las relaciones de soldados
motrileños no hay ninguno perteneciente a estas familias, ninguno de ellos
fueron a Cuba a luchar por el honor de España tantas veces mencionado en sus
discursos y en las exclusivas tertulias de casinos y círculos mercantiles.
De Motril salieron bajo el
patetismo más desgarrador de las familias que veían partir a sus hijos y con
las clases pudientes dando viva a España y al Ejercito, para los puertos de
embarque y hacinados en vapores sucios y pequeños con un maltrato extremo de
los oficiales, llegaban ya a Cuba mal vestidos, mal alimentados y enfermos y
ahora les esperaba, sin defensas antes las enfermedades tropicales, el vomito
negro, la disentería, el paludismo o el tifus, cuando no los machetes de los
insurrectos mambises o las balas de los fusiles de repetición de las tropas
norteamericanas.
Mientras estos jóvenes motrileños
pasaban hambre y miserias, luchaban y morían en Cuba en nombre de nuestra
Patria; la burguesía motrileña, se gastaba 5.000 pesetas en una túnica para
Nuestro Padre Jesús Nazareno, 5.000 pesetas para un manto y vestido bordados de
oro para Virgen de la Cabeza,
5.500 pesetas para construir una iglesia en Torrenueva y que con motivo de la colocación
de la primera piedra se dio una gran fiesta para las familias mas distinguidas
de Motril que costó 2500 pesetas, 3.500 pesetas para regalarle al general Hernández
Velasco una espada, un fajín e insignias de oro e incluso la Cruz Roja motrileña
realizó una cuestación pública para costear, en nombre de Motril, el regalo de
las insignias de la Gran Cruz
Laureada de San Fernando concedida por la reina al general Polavieja.
En medio de todas estas
manifestaciones religiosas y festivas, el Ayuntamiento tuvo tiempo de organizarle en 1898 un gran entierro con asistencia
de todas las autoridades locales civiles, militares y eclesiásticas al soldado
fallecido en La Habana
y cuyo cuerpo fue repatriado Juan Jiménez López, sepelio que costó casi 1.500
pesetas, dándose la paradoja que unos meses antes, este mismo soldado, había
solicitado un préstamo al Ayuntamiento de 300 pesetas para librarse de ir a
Cuba, a lo que no había accedido la Corporación,
objetando que no tenían recursos económicos para ello.
Terminada la guerra, se inicia la
repatriación en los barcos de la Compañía Trasatlántica
propiedad del marqués de Comillas que tenía el monopolio de devolver los
soldados a España. Apretados en los barcos, apenas sin comida ni bebida, mezclados
sanos y enfermos, el viaje se convirtió para los soldados motrileños en una
tortura de dos semanas. Barcos convertidos en cementerios flotantes, por cuyos pasajes,
Comillas, cobraba al Estado español 170 pesetas por soldado repatriado, mientras
que a un pasajero normal se le cobraba 70 pesetas.
Pero volvieron cantando porque ya
se había acabado la pesadilla: había gente que sabía sacar beneficio hasta de
las derrotas.
Cuando los soldados motrileños repatriados
comenzaran a llegar poco a poco a Motril, ya no había personalidades políticas
o de los negocios esperándolos para darles grandes arengas sobre la Patria, ni representantes
de la Iglesia,
ni bandas de música que tocaran alegres pasodobles. Algunos si que volvieron
como héroes, sin combatir y sin sufrir penalidades, a esos si se les dedicaron
plazas y se les pusieron placas, pero a la mayoría, a los verdaderos héroes motrileños
de la Guerra
de Cuba, a esos valientes que defendieron el nombre de España, no se le dieron
los honores que merecían; soldados motrileños que perdieron su vidas en Cuba o Filipinas,
que regresaron enfermos, lisiados con sus vidas destrozadas y que pagaron con
su juventud la defensa de unos intereses espureos y que nada recibieron a
cambio, ni nombres de calles, ni homenajes, ni placas conmemorativas y ni siquiera
una misa.
No están todos, pero al menos
intentemos recuperar la memoria de algunos de estos muchachos motrileños y
rescatarlos del olvido:
Francisco Castro Campoy
Francisco Cabrera Fernández
Laureano Escabia Parra
Antonio Estévez Ruiz
Antonio Gómez Mejías
Francisco Ruiz Domínguez
Juan Amador Gómez
Juan Jiménez López
Nicolás Maldonado
Manuel López
Antonio Sánchez Illescas
Antonio Ruiz Arbós
Luis Escribano Úbeda
Antonio Sabio Herrera
Santiago Trujillo Hidalgo
Antonio Cabrera Ortiz
Francisco Díaz Cobos
José Amador Gómez
Miguel Álvarez Melero
Francisco Fernández
Antonio Vázquez López
Francisco Vadillo
Silvestre González
Juan Castillo
Lorenzo Morales Abarca
Juan López Reche
José Muñoz
José Pérez Rodríguez
Antonio Antúnez
Reynaldo Manrique
Antonio Rubiras
Gabriel Fernández
José Rodríguez
Manuel Ruiz
José López
Antonio Ruiz
Antonio Rubiños Sánchez
Manuel García López
Francisco Fernández
Francisco Olivares
Manuel Fernández
Antonio López
Francisco Noguera
Juan Pérez
Antonio Jiménez
Rafael Maldonado
Antonio Nofuentes
Francisco Valderas
Andrés Peña
Francisco Caballero
Agustín López
Francisco Moya
José Avellaneda
Rafael Sánchez
Ricardo Decó
Antonio Domínguez
Juan Hernández
José González
Pablo Hernández
Antonio Sánchez
Francisco Molina
Gabriel Cabrera
Gregorio López
Manuel Briones
Francisco Ojeda
Francisco Sasgallo Fernández
Francisco Ruiz Nadal
Francisco García
Francisco Heras
Manuel Marques
Francisco Prados
Pedro Romero
Rafael García
Francisco Ramos Montilla
José Palomares
Mariano Bono
Tomas López Juárez
Juan Martínez
Francisco Sánchez
Juan Guerrero
José González
Manuel Pérez
Juan Cortés Román
Enrique Díaz
Francisco Gentil Gerónimo
Manuel Mejías López
Teodoro Rodríguez Navas
Francisco Rubiños Tite
Finalmente todos estos desposeídos
de la guerra y sus familias, tuvieron el triste privilegio de poder dirigirse a
la Reina Regente
y a su hijo Alfonso XIII, suplicando que se les concediera algún donativo para
paliar sus desesperadas situaciones. Sin embargo, la posibilidad de pedir no
conlleva la de recibir. La
Corona concedió generosamente soluciones económicas a los
jefes y oficiales militares, a sus huérfanos y viudas y prácticamente nada a
los soldados rasos y a sus familias.
Vayan estas breves líneas en
homenaje y en recuerdo de todos los soldados de Motril que estuvieron en Cuba y
Filipinas a finales del siglo XIX.