LA AVENTURADA VIDA DE UN PÍCARO PORTUGUÉS Y SU PACTO CON EL DIABLO EN EL MOTRIL DEL SIGLO XVII
Manuel Domínguez García
Andaba por las calles del Motril de 1642 un extraño clérigo de raído hábito y que pronto llamó a la atención de algunas personas por su forma de hablar y comportarse. Nadie conocía su procedencia y pensaron que era uno más de los muchos mendigos que había en la población.
Pero en la mañana del 30 de mayo de ese año fue detenido por el alcalde mayor, Manuel de Corbera y Abelló, y el alguacil mayor Francisco de Pídula. Lo prendieron en la Plaza Mayor en la tienda donde se vendía la nieve y lo llevaron hasta la alhóndiga que, esa época, estaba en el mismo edificio del Pósito. Preguntado cómo se llamaba, respondió que su nombre era Francisco Manuel Correa y que era de origen portugués nacido en Santarém y que llevaba unos días en Motril dedicado, para sustentarse, a hacer bolsas para reliquias y tabaqueras.
El alcalde mayor le ordenó que subiese al piso superior del Pósito para registrarlo y advertirle que tenía en su poder un pequeño cuaderno de tamaño cuartilla titulado “Advertencias para usar la Nigromancia”, que el detenido afirmó que había sido escrito por él, y, entre las piernas, se le encontró una bolsa con una cruz colgada hacia abajo liada entre unos trapos y unos curiosos y raros papeles que, a las autoridades municipales, les parecieron estar relacionados con la nigromancia, supersticiones y “cosas tocantes contra la Fe Católica”.
El alcalde mayor ordenó que se le llevase a la cárcel y encerrándosele aislado, hasta que el caso no se pusiese en manos del familiar de la Inquisición de Motril Tomás de Aquino y Mercado.
De nuevo el preso fue interrogado y explicó que el cuadernito lo había escrito a petición de un librero de la villa llamado Francisco Martínez de Mata para poder venderlo posteriormente.
El librero fue preguntado y afirmó que efectivamente conocía al supuesto clérigo y que hacía dos años que había estado en Motril y en su tienda pero que apenas habló con él. Pero hacía tres meses que el portugués había vuelto a Motril y hablado con más frecuencia, lo que le hizo sospechar que el hombre era supersticioso y le había intentado sonsacar porque le parecía que era mago. Consiguió, el librero, que el clérigo le dijese que era nigromante y que sabía hacer pactos con el Diablo y lo convenció para que escribiera el mencionado cuaderno y que, cuando lo tuvo en su poder, se lo entregó al alcalde mayor.
El 19 de junio Tomás de Aquino y Mercado remite el auto al Tribunal de la Inquisición de Granada, que decide que el reo sea trasladado inmediatamente a la Cárceles Secretas de la capital para poder ser encausado debidamente.
En un primer momento el Tribunal analizó los documentos aprehendidos a Francisco Manuel y determinó que el cuaderno y algunos de los papeles contenían instrucciones para hacer pactos con el Demonio y elementos supersticiosos, pero que la mayoría de ellos no tenían calidad ni importancia y en la cruz tampoco encontraron nada. Es acusado de hechicería y superstición.
El 25 de junio se reúne el Tribunal y ordenan traer al preso desde cárcel para ser interrogado. Francisco Manuel vestía un hábito de bayeta muy viejo y roto, un jubón gastado, calzones negros viejos, medias, zapatos y sombrero muy arruinados. No llevaba camisa, porque la que tenía estaba muy rota y se la había dejado en la cárcel.
Preguntado por el fiscal, Francisco Manuel declara que tiene 30 años, nacido en Santarém sin oficio reconocido, aunque en un tiempo atrás había empezado a aprender el oficio de librero en Toledo. Era hijo del ama de un clérigo de la citada ciudad portuguesa y que al nacer lo abandonaron en el hospital. Cuando cumplió 11 años el clérigo, su padre, lo recogió y lo legitimó. Sabía leer y escribir que estudió en la escuela con los Jesuitas de la ciudad portuguesa y que lo colocaron con un platero, tío suyo, para que aprendiese el oficio, pero como no lo consiguió, lo mandaron a casa de un cordonero y con él, a los 20 años edad, se vino a Castilla y estuvo por Extremadura hasta Zalamea donde se puso enfermo.
Supuesto pacto con el diablo escrito por Francisco Manuel Correa
Cuando salió del hospital se fue andando pidiendo limosnas hasta Sevilla, después fue a Écija y Carmona, luego a Granada y Córdoba, y terminó en Toledo donde estuvo de aprendiz con un librero. En esta ciudad conoció a una compañía de comediantes y con ellos se fue a Madrid, Zaragoza y Barcelona, donde se embarcaron para Nápoles. En la ciudad italiana entró en el convento de la Orden de la Santísima Trinidad de Calzados y allí fue donde le dieron el hábito de fraile. Estuvo en el convento tres o cuatro meses y por no hallarse bien en Religión no profesó y se fue a casa de un librero. A los dos meses volvió al convento, le dieron otra vez el hábito y lo mandaron a otro monasterio y como le daban mucho trabajo, robó algo de dinero de la capilla de las Animas y lo echaron, pero le dejaron el hábito y el escapulario.
Como pudo volvió a España de nuevo recorriendo solo, pidiendo limosnas y malviviendo, todo el Levante hasta llegar a Murcia y Lorca donde estuvo algún tiempo. Se fue, después, a Granada donde conocía a Francisco Tribiño que había dejado la compañía de cómicos y allí frecuentó a algunos libreros granadinos como Agustín Matías, Juan Martín de Pareja y Tomás Quesada. Desde Granada se fue a Motril donde estuvo 15 días trabajando con un saludador llamado Bautista y con un buhonero. Con el saludador se fue a Málaga y recorrió Vélez, Cártama, Coín y Antequera. Desde esta última ciudad se fue a Sevilla donde trató con muchos estudiantes, especialmente con unos estudiantes franceses que le enseñaron a falsificar títulos.
Se fue después a Palma del Rio y Écija, donde se encontró con un ermitaño que estaba en el convento de San Jerónimo que se llamaba don Pedro Bravo de Acuña, juntos estuvieron en Lucena, Montilla y Ronda donde vivió en casa de un zapatero unos días. Viajó posteriormente a Málaga, alojándose en la calle Mármoles en casa de Tomé López Cotiño. Un tiempo después, se encontró con un estudiante que decía que era de Castilla y se fueron juntos hasta Motril residiendo unos diez días. Con el estudiante se fue a Granada a casa de Francisco Tribiño donde vivió sobre dos meses, volviéndose de nuevo a Motril.
Estando en Motril conoció al librero Francisco Martínez de Mata y hablando de cosas mágicas, este le confesó que había estado en la cueva de las Campanas en Gualchos y que entró con una antorcha porque creía que había un tesoro, pero le atacaron los diablos y se tuvo que ir. El acusado le dijo que no sabía nada de pactos ni de artes mágicas y únicamente conocía lo que había leído de un poeta italiano llamado Merlino cuando estaba en casa del librero toledano. Francisco Martínez le pidió que lo pusiese por escrito y él escribió el cuadernillo y se lo dio. Unos días después el librero le ofreció cien reales por hacer un pacto con el Demonio para poder saber dónde estaba un esclavo que le había desaparecido a un pastelero amigo suyo llamado Pedro Hidalgo. El librero y el pastelero habían consultado con una mujer y que, para saberlo, la mujer había echado un poco de agua en una redoma y mirando como se posaba sabría dónde estaba el esclavo. Como el conjuro no funcionó y él se negó a hacer ningún pacto diabólico para saber del esclavo, el librero denunció al alcalde mayor.
El 5 de julio el fiscal, en sus alegaciones, pide que se le dé tormento al procesado y se le aplique las veces necesarias hasta que diga la verdad sobre lo que estaba acusado. El Tribunal aceptó la tortura y fue mandado llevar a la cámara del tormento y conminado a decir la verdad o se llamaría al verdugo. Francisco Manuel se ratificó en la veracidad de sus declaraciones y fue mandado ligar al potro y entrar al verdugo que le dio una primera vuelta de cuerda. El acusado, con grandes lamentaciones, volvió a decir que no había hecho nada. Por fin, el Tribunal, acordó interrumpir el tormento y el reo vuelto a la cárcel.
Al final, el 9 de octubre de 1642, el Tribunal de la Inquisición de Granada falló sentenciado al acusado a ser reprendido gravemente, amonestado y apercibido y que se abstuviese de cometer semejantes delitos porque si no sería terriblemente castigado y ya no se tendría la misma misericordia que habían tenido en esta ocasión; avisándole que le condenarían a doscientos azotes si no guardaba el secreto de todo lo que había visto y oído en su proceso. Así lo Juro el portugués.
A partir de este momento no sabemos nada más de la vida de este pícaro portugués llamado Francisco Manuel Correa, que tuvo la suerte de salir relativamente bien parado en un proceso inquisitorial por hechicería que había comenzado por escribir un pacto con el Diablo en el Motril de la Edad Moderna.
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