La esclavitud
es un fenómenos que se dio en la historia del hombre seguramente desde la más
remota antigüedad hasta bien entrado nuestro siglo e incluso en algunos países
siguen existiendo hoy formas de esclavitud, más o menos encubiertas, que aún no
han conseguido ser extinguidas.
En España en
sistema esclavista fue abolido a principios del siglo XIX, exactamente por la
constitución promulgada en Cádiz en 1812, suscribiendo nuestro país en 1814
tratados bilaterales con Inglaterra en los que se prohibía el comercio de
esclavos.
Pero la
abolición efectiva de la esclavitud en la España peninsular no llegó hasta 1837 y excluía a
los territorios de ultramar dada la presión ejercida por la oligarquía de Cuba
y Puerto Rico que amenazaron con anexionarse a Estados Unidos si se les
liberaba a sus esclavos, necesarios para seguir disponiendo de una mano de obra
barata para la zafra cañera y el trabajo en los ingenios azucareros.
La ley por la
que se abolía la esclavitud en Puerto Rico fue finalmente aprobada el 25 de
marzo de 1873, un mes después de la abdicación del rey y de haberse votado la
proclamación de la Primera
República Española. Cuba tuvo que esperar siete años más, ya
que la definitiva abolición no llegó hasta el 17 de febrero de 1880, ya en el
reinado de Alfonso XII.
En la Edad Moderna existieron, por lo
tanto, un gran número de esclavos, muchos de ellos destinados, junto a los
delincuentes, a servir de galeotes en la Marina de Guerra y al servicio de las clases más
pudientes de la nación.
Generalmente
los esclavos dentro de España eran introducidos desde el exterior y cuyo origen
era diverso. La mayor parte procedía de África y llegaban a la Península por
procedimientos y circunstancias muy diferentes, pero especialmente como
prisioneros de guerra. La parte de África del norte conocida como Berbería fue
la fuente principal de esclavos, tanto negros como blancos.
En la
documentación histórica que se conserva del Motril de entre los siglos XVI al
XVII es normal encontrar que casi todas las familias más poderosas de la ciudad
tenían esclavos, generalmente destinados al servicio domestico. Por el
contrario, es muy raro que encontremos esclavos trabajando en la corta de la
caña o en la manufactura de azúcar, donde lo normal era que todos los
trabajadores fuesen asalariados.
De los muchos
datos sobre esclavos motrileños, hemos escogido como muestra dos escrituras que
son referentes expresos al tema que nos ocupa.
La primera es
un contrato de venta de un esclavo y la segunda una documento de manumisión, es
decir la declaración legal por la cual se le daba libertad a un esclavo.
El 20 de
octubre de 1639, Juan Gómez Manrique, jurado de Granada, vende al motrileño
Antonio de Anaya un esclavo de su propiedad.
El citado
esclavo de nombre Nicolás, era de origen berberisco, nacido en Guadix y estaba
considerado como eslavo cautivo, hijo de padres cautivos.
Tenía 20 años,
su color era blanco y se recogían algunos de sus datos particulares, como que tenía
dos “bastoncillos” en la nariz y que
estaba mellado de un diente en la parte superior de la dentadura.
El precio se
ajustó en 1.330 reales y el vendedor garantizaba que su propietario original,
Antonio Brasa, jurado accitano, lo habían educado convenientemente y que no era
borracho, ladrón ni fugitivo, no padeciendo ningún mal de la cabeza ni
enfermedad alguna.
Las
condiciones debieron parecerle bien a Antonio de Anaya y vendedor y comprador
firmaron el protocolo notarial, renunciando el vendedor a reclamar cantidad
alguna superior a la cifra acordada y el comprador a no exigir cosa alguna que
no estuviese recogida en el contrato que firmaban, es decir una simple
transacción comercial en la que el eslavo era tratado como un exclusivo bien
material.
La segunda
escritura, fechada en 1659, es otra cosa bastante diferente ya que significaba
la libertad de un esclavo.
Su
propietario, el motrileño Diego Núñez de Espinosa, siguiendo los últimos deseos
de su mujer recogidos en su testamento, tiene a bien dar libertad a un esclavo
de su pertenencia llamado Juan de la
Cruz de 30 años de edad, hijo de judíos marranos, de color
blanco y que por señas distintivas tenia dos grandes lunares en el pecho y una
pequeña cicatriz en la frente.
Juan de la Cruz no abandonaría la casa
de su antiguo dueño y permanecería en ella como criado asalariado.
Ambos
protocolos notariales nos ayudan a comprender mejor la sociedad motrileña de
hace más de 300 años, donde un esclavo era equiparado jurídicamente a una cosa
y era un ser marginado y su consideración de mercancía le imposibilita tener
una vida familiar normal, es un producto de ostentación caro que solo unas
minorías podían permitirse.
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