La historia de
la brujería y la hechicería en Motril y la comarca de la costa están aún por
hacer. Es indudable que debió ser muy abundante, tanto por las costumbres
tradicionales, muchas de ellas de tradición morisca, como por la ignorancia y
superstición de sus habitantes, como en cualquier otro lugar de la geografía
hispánica de la época.
Un estudio a
fondo de los documentos de la
Inquisición granadina seguramente nos podría mostrar un
Motril totalmente desconocido y fascinante, no sólo por lo que respecta al tema
que nos ocupa sino por otros muchos como las reminiscencias del mundo musulmán,
el criptojudaísmo, los herejes, los protestantes , etc.
Leyendo los
procesos inquisitoriales se vislumbra un mundo lleno de vivencias etnologícas,
antropológicas, sociales, religiosas y políticas de los motrileños que vivieron
hace siglos y cuyas vidas, a través de los documentos históricos, se nos hacen
tangibles, desafiando el paso del tiempo, resonando el eco de sus alegrías y
sus lamentos de una manera diáfana en nuestros oídos.
Este artículo pretende
acercarse al tema de la hechicería en el Motril del siglo XVII, en unos
momentos en el que la brujería y los hechizos eran algo cotidiano y normal en
la vida de los motrileños de antaño.
El hechizo es un acto mágico que pretende
producir efectos sobre la realidad mediante procedimientos sobrenaturales, como
el uso de conjuros, es de carácter litúrgico o ritual. Cuando el objetivo del
hechizo es adivinar el futuro se denomina sortilegio y cuando busca someter la
voluntad de otra persona u objeto o influir en ellos, encantamiento, maldición
(si es con mala voluntad) o bendición
(si es para protección).
Uno de los
casos que, por hechicería, juzgó el tribunal inquisitorial granadino fue el de
la motrileña Dominga Pérez en 1607.
Esta mujer
soltera que vivía en una casilla dentro del Ingenio Quemado, hoy estaría en la
actual plaza del Tranvía, estaba enamoraba y convivía amancebada con un hombre
llamado Jerónimo, pero en los últimos meses la relación no iba demasiado bien y
el hombre apenas si la visitaba y trataba con ella.
Dominga desesperada,
para recuperar el amor de su hombre recurrió a realizar invocaciones a los
demonios. Llamaba a los tres demonios de los zapateros, a los tres de los
escribanos, a los tres de los de las pescaderías y a los tres de las
encrucijadas. Los invocaba diciendo: “Jerónimo,
yo te conjuro, nombrando todos los espíritus referidos, que vengas corriendo y mujer me vengas
diciendo”.
Este conjuro
lo repetía dos o tres noches seguida a las 12 en punto de la noche y para ello
tenía una cazuela con agua y metía el pie derecho descalzo en ella mientras
recitaba la invocación. Cuando terminaba el conjuro derramaba el agua en el quicio
de la puerta de su casa.
Como el citado
Jerónimo no acudía a visitarla pese al conjuro, Dominga recurrió a un nuevo
hechizo para conseguir sus propósitos. Era el conocido como el de las “Nueve Piedras” y consistía en recoger a
las 12 de la noche tres piedras del matadero, otras tres del sitio donde estaba
la horca y otras tres en una encrucijada de caminos. Con estas piedras la mujer
se fue a otra encrucijada, llamada la
Cruz de Olmedilla, y allí volvió a realizar invocaciones a
los demonios a la medianoche.
Pero tampoco
le funcionó el hechizo y el hombre seguía sin aparecer por su casa y la mujer
recurrió realizar nuevas invocaciones esta vez encendiendo a medianoche 3 velas
de cera dentro de su casa y rezar con mucha devoción a Cristo, a la Virgen y a san Juan,
pidiéndoles que su amado la correspondiese.
Tampoco las
plegarias supersticiosas funcionaron, Jerónimo no volvió a aparecer por la casa
de Dominga, pero si que una vecina la denunció por hechicería a la Inquisición.
Dominga fue
detenida y el Tribunal del Santo Oficio le abrió proceso por brujería, aunque
al final lo suspendió al considerar que era una pobre mujer presa del desamor.
Un capitulo
más de la intrahistoria de Motril, la historia de una motrileña que recurrió a
la hechicería para resolver sus problemas amatorios e intentar retener el amor
de su amado.
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